domingo, 13 de noviembre de 2016

DOLÍA


Dolía tanto que sus lágrimas antes de caer se convirtieron en cristales rotos. Su intensa mirada dejó de brillar, sus ojos opacos se volvieron, impidiendo que se reflejara la luz del sol en ellos. Tenía las manos agrietadas, frías como el témpano y llenas de llagas. El corazón, que tan fehacientemente le había palpitado durante los últimos años, dejó de bombear su pecho con fervor. La dulce melodía de su voz se entrecortó, perdió el rosado color de sus labios y su saliva mostraba un amargo sabor. Sí, tenía el alma herida. El ruido de la calle en silenció se convirtió; dejó de escuchar, únicamente oía levemente murmullos dentro de su soledad. Caminaba con apatía, sin rumbo y con desolación. Caminó y caminó hasta que las suelas se despegaron de sus zapatos, hasta que sus pies sangraron, hasta que el mar le cubrió las rodillas. ¡Y cómo escocía, la sal en sus heridas! Dolía tanto que olvidó el motivo de su dolor. Olvidó porqué estaba llena de cicatrices, no recodaba cómo había llegado a esa situación. Qué hacía allí, sola y con el alma desnuda. Sin embargo, continuó avanzando. Sumergió todo su cuerpo y nadó, nadó hasta que su cuerpo se cansó de huir. Le había dolido tanto que olvidó el dolor en sí; sus lágrimas desaparecieron, su mirada volvió a brillar, sus manos desprendían un suave calor, su corazón bombeaba su pecho con más fuerza que nunca, su prominente voz salió de su pecho y su alma le gritó: ‘Vuelves a ser tú, amiga mía’.


Lo que dolió ayer dolerá hoy, pero mañana se convertirá en sabiduría.

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